Hace unos días que tenemos un nuevo miembro en la familia. Era de noche, acabábamos de cenar, e intuyendo que la vaca estaba de parto, las niñas se acercaron para ver cómo estaba. Allí se encontraron al nuevo retoño, envuelto en sangre y aún con restos de la placenta que su madre intentaba limpiar a base de lengüetazos.

Las cuidadoras mandaron a las niñas a la cama para poder atender a la parturienta y su bebé. Se calentó agua para preparar una comida especial a base de harina de millo, para que la vaca recuperara las fuerzas perdidas. Mientras esperábamos a que Sanumaya hirviese el agua en el fuego de leña, Urmila y Samikchia limpiaban con esmero a la nueva vaquita. La trataban como a un bebé, dedicándole caricias, canciones y mil atenciones. Me sorprendió el cariño y la alegría con que hacían todo. Suelen trabajar con entusiasmo, disfrutando del trabajo con las niñas y en la granja, pero el nacimiento de la vaca lo vivían como un momento muy especial.

Me fui esa noche a la cama con una sensación inusual de gozo. Por una parte, por ser testigo de un nuevo nacimiento, pero aún más por la sensación de amor por la vida que me trasmitían los mimos que las cuidadoras habían dedicado a la criatura.

Hay momentos que me gusta compartir con todos, éste es uno muy simple, muy especial, como todos aquellos momentos que nos acercan a la vida, a nuestra esencia, y nos hacen sentir uno con todo.

 Un fuerte abrazo

 

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