Hace unos días estuvimos en Bikutar haciéndole seguimiento a una familia que no tiene tierras y que vive en unas condiciones que tocan el corazoncito y te restan sueño por la noche. Viven a la sombra de un techo construido con heno y palos, donde se cuela el frío y la lluvia. Apenas tienen ropa y se alimentan de raíces cuando se les acaba el millo, que solo les da para seis meses al año.

Hablamos con Kan Sing, el padre, quien junto a su mujer, ahora enferma, trabaja en unas tierras arrendadas que apenas les da para comer.  Viven en la ladera de una colina, en medio de la nada y apenas se relacionan con nadie. Lalit, de cinco años, y Nita, de trece, escuchaban la conversación desde la distancia, temerosas inicialmente de nuestra presencia. Parecía que no se habían lavado en meses, y unos cacharros sucios con restos de comida indicaban el nivel de suciedad y precariedad en el que viven.

Con Kan habíamos hablado varias veces para mudarse algo más cerca del colegio y de otros vecinos, pero no parece muy motivado y parece preferir seguir viviendo a duras penas en un estado de precariedad que expone seriamente a los cuatro hijos que quedan en la familia. A una hija la casaron con 13 años, y el hijo mayor, de 23 años, se fue a Katmandú y no quiere saber nada de su familia. Robin, que trabaja para el gobierno y nos acompañó en esta visita para tomar una decisión, aconsejó sacar a los niños de la aldea y ponerlos a todos en casas de acogida. Yo tengo dudas sobre si se adaptarán a vivir en una casa, con normas, después de haber vivido tantos años a la intemperie junto a su familia. Pero no tengo dudas de que Nita está en peligro de ser traficada en breve, o abusada por cualquiera que se percate de su situación.

Estamos en contacto con Robin para intentar sacar a los niños cuanto antes e intentar buscar una solución para que los padres puedan acceder a tierras y vivir de ellas. De momento le hemos llevado provisiones para dos meses (arroz, lentejas, aceite, sal, cereales), ropa, mantas, plásticos para resguardarse del frío y otras provisiones. Bhim cambió de ropa a Lalit, quien no se podía creer lo que estaba viviendo. Le cortó la tela que hacía de cinturón, le quitó el pantalón sucio, ya rasgado y tres tallas superiores a la suya… y le puso la ropa nueva. Hacía mucho frío para darles una ducha.

Nita miraba desde la distancia, más avergonzada, apenas habló una palabra. Pero una vecina le ayudó también a vestirse con la ropa nueva que le llevamos, y por fin, vimos una media sonrisa en su cara. No me fui contento, pues allí se quedaban, con unos regalos que apenas se creían, pero que no les resuelven la vida. Espero que pronto podamos lograr una solución más a largo plazo. En eso estamos… y en muchas cosas más. Gracias a todos los que se animan a ayudarnos en el día a día, que es triste y duro de digerir a veces, pero al mismo tiempo es hermoso lo que hacemos y ustedes son parte de esa hermosura.

Un fuerte abrazo desde un frío Nepal.

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