Fulmaya Lungba tiene 16 años y estaba a punto de abandonar la escuela hasta que nuestro personal local la convenció para no hacerlo. Es la más pequeña de siete hermanos, cuatro chicas y tres chicos. Todos sus hermanos y hermanas están ya casados y con niños. Como es tradición, sus hermanos varones continúan viviendo con sus esposas e hijos en la casa familiar. Sus hermanas son parte ahora de las familias de sus maridos.

El padre de Fulmaya tiene un terreno donde planta maíz y algunas pocas verduras, pero apenas le da para comer cinco o seis meses del año. Él y sus hijos deben trabajar como jornaleros cuando les sale algún trabajo para poder alimentar todas las bocas en casa. No siempre hay trabajo en estas zonas de montaña, y muchas veces recurren a préstamos para poder comprar comida. Esta situación de precariedad fue lo que llevó a Fulmaya a tomar la decisión de dejar la escuela, que está a más de dos horas de distancia de su casa caminando. Ella comenzó a perder clases al tener que trabajar también como jornalera a veces, para poder comprar algo de comida para su familia, y las cuatro horas de caminata de ida y vuelta al colegio tampoco ayudaban a que se sintiera que podía seguir con esa situación.

Al conocer su caso a través de un profesor local, el personal local decidió investigar la situación y tras varias visitas y reuniones con la familia y profesores, se decidió tirar de nuestro fondo de becas para alumnos en situación precaria para ayudarla. Junto a Chandra Maya, otra niña de Navishinga (la aldea de donde proceden), se les ha alquilado una habitación pequeña que comparten y que les permite vivir a escasos minutos caminando del colegio de Sukura donde ambas estudian en la clase 7 (1º de ESO). También se les dio toda la ropa de cama, material escolar necesario y cada dos meses se les visita para ver si necesitan maíz, lentejas, sal, aceite o jabón.  El personal local también las animó a plantar algunas verduras en el terreno frente a la casa, pues es una zona deficitaria en comida y no se consiguen verduras en el mercado.

Como a Fulmaya, apoyamos este año a unos 150 alumnos, que carecen de recursos para estudiar en secundaria y bachillerato. Algunos incluso ya estudian alguna carrera, lo cual dibuja una sonrisa enorme en sus caras, y en la mía. Muchas niñas antes emigraban de sus aldeas ante situaciones dispares de precariedad. Muchas acababan en fábricas textiles, otras como servicio doméstico, algunas en circos o burdeles. Cuando una de estas niñas te mira a la cara, solo hay belleza, espontaneidad, vergüenza, ingenuidad, bondad, humildad. Poderles ofertar la posibilidad de estudiar y de que su vida no se destruya, es algo maravilloso que invito a todos a que vengan y vean. Es una realidad, triste a veces, muy hermosa cuando ves la alegría de simplemente, poder estudiar comiendo maíz y lentejas.    

Un fuerte abrazo, y hoy les pido que hablen de esta labor que surge solo gracias a mucho esfuerzo, entusiasmo, corazón y el boca a boca de todos en esta familia. www.educanepal.org

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