Hace unos días tuve la fortuna de poder compartir unos días con dos ex-alumnas del colegio Alma´s. Laura y Alba llevaban ya tiempo colaborando con Educanepal, pero tras asistir a una charla el verano pasado, donde mostraba imágenes y hablaba del proyecto, les entró el gusanillo de venir y ver con sus propios ojos cómo es nuestro día a día en Nepal. Así que se lanzaron a la aventura. Nunca imaginaron lo que este viaje les brindaría, y lo calificaban al partir como “intenso”, tanto a nivel físico como emocional (aunque les costaba encontrar palabras para definir lo vivido).
Llegaron un martes a medio día, donde conocieron a parte de nuestro personal local, les explique cómo nos organizamos, cómo planificamos el trabajo semanal y cómo llevamos la contabilidad del gasto diario. Luego compartieron un ratito con las niñas que se están formando en costura este año y finalmente nos dirigimos a nuestra humilde casa, donde conocieron a todas nuestras niñas.
Al día siguiente comenzó una aventura de tres días que las dejaría marcadas para siempre. Me di cuenta de que es muy complicado para mí ponerme en el lugar de alguien que nos visita por primera vez. Para mí todo es normal después de tantos años, pero reconozco que mis primeros años no fueron fáciles de digerir, pues el medio que te rodea no tiene nada que ver con nuestro mundo occidental. Aquí todo es muy caótico, hay mucha suciedad, apenas hay servicios y uno se siente muy vulnerable. Esa vulnerabilidad se recrudece cuando nos adentramos, tras horas de autobús y caminatas, en las aldeas donde trabajamos. Del caos, pasas a “la nada”, a la mínima expresión de la vida: cielo, pájaros, campos de cultivo, bueyes, casas de barro, techos de heno, y gente que vive o intenta sobrevivir de lo que planta.
En esa “nada” lo que más sorprende es la sonrisa de los niños, su desparpajo, su corretear descalzo, sus movimientos, la suciedad de semanas sin lavarse, la suciedad en las escasas prendas, pero sobre todo, sorprende la sonrisa. Esa sonrisa, en esas condiciones, conmueve; te revuelve las tripas y Laura, sin saber lo que le pasaba, tuvo que sentarse varias veces del “revolcón” al que estaba siendo sometida. Pensó que había sido lo que había comido esa mañana en un bochinche local donde desayunamos “cositas de aquí”, pero más tarde se dio cuenta de que era algo más emocional. No llevaba tres días en Nepal, y de repente estaba perdida en medio de montañas, en un mundo desconocido, alucinante en nivel de supervivencia y, al mismo tiempo, entrañable. Yo tardé en darme cuenta de que ese mundo en el que yo vivo, a veces, nos puede hacer sentir muy pequeños, vulnerables, impotentes, sensibles, incómodos… tantas cosas. Me pregunto cuántas diarreas, vómitos, dolores de espalda o en las articulaciones en tantos años eran fruto sólo del azar, del cansancio o de emociones diarias que no se digieren bien y resienten al cuerpo.
A pesar de tantas emociones, Laura y Alba mostraron una entereza enorme y se amoldaban a los planes y a cada situación con una sonrisa. Tenían claro por qué habían venido, y estaban dispuestas a todo, sabiendo que tras cada sensación había una enseñanza, un regalo para ellas. Uno muy importante es la gratitud de la gente que visitamos, gente que no tiene nada pero te ofrecen una tabla para sentarte, agua para enjuagarte, una esterilla para poder dormir, arroz que solo comen en ocasiones contadas… y sus sonrisas y amabilidad.
De vuelta en la residencia, a la que apodaron “el Hilton” tras los tres días en las aldeas, disfrutaron de las niñas bailando, cocinando, jugando… y meditando. Me decían que sentían que la casa era un mundo aparte, un lugar muy especial donde hay cariño, alegría, amabilidad, paz y gentileza. Yo lo veo así también, un mundo donde se ha intentado ofertar a las niñas aquello que considero primordial para ser feliz: contacto con la naturaleza, amor, compañía, serenidad, espacio para desarrollar la creatividad, confianza, pautas de vida y libertad para cuestionarlo todo.
Podría escribir unas cuantas páginas más, pues no todos los días tengo una visita tan entrañable, no todos los días puedo compartir mis sentimientos y sensaciones. Así que GRACIAS a Alba y Laura por haberme acompañado estos días tan entrañables, por vuestra sensibilidad, por vuestra entereza, por vuestro corazón y por vuestro cariño. Gracias por ayudarnos a repartir sweaters, jabones, por sonreír a esta gente, comer su comida, por tocarles, por hablarles. Y como siempre, gracias a todos los que son parte de esta familia y aprecian ese día a día donde llegamos a quienes más lo necesitan, pero también quienes nos enseñan a ser un poquito más felices.
Un fuerte abrazo.