Hace ya cerca de seis meses que conocimos a Prem Kumari Praja y dimos a conocer la situación en la que vive su familia. Viuda, con 8 hijos, de los cuales: tres están ya casados, dos hijas más trabajan fuera de casa y los tres niños más pequeños, que aún viven con ella.
En aquella primera visita, y viendo el grado de precariedad en el que vivían Prem y sus hijos menores, decidimos darles ayuda de emergencia en comida: lentejas, aceite, arroz, sal, jabón, papas y algunas semillas de verduras. También le dijimos a Prem que le ayudaríamos a rehabilitar su casa con planchas de hojalata si matriculaba a los niños en el colegio local.
En una visita reciente, nuestro personal local pudo comprobar que ya se había reforzado la casa con las planchas de hojalata y que los niños iban asiduamente a clase. Educanepal cubre los gastos escolares de los niños: mochila, cuadernos, ropa escolar, sweater y otros materiales necesarios. Ahora Prem se preocupa de que los niños coman “dhero” (pasta de harina de maíz cocida con agua) todas las mañanas antes de ir al colegio, y luego les viste y despide para proseguir con su labor diaria, atendiendo el pequeño huerto que tienen y al ganado.
Yo me preguntaba cómo se puede sentir esa madre al despedir cada día a sus hijos para que puedan aprender a leer, escribir y formarse en un futuro para poder ganarse la vida. Cómo se siente una madre cuando debe afrontar sola el reto de alimentar a sus tres hijos menores y le ofrecemos semillas, ganado y ánimos para seguir luchando. Cómo se sienten esos niños que antes andaban deambulando por el bosque cercano porque su madre no podía comprarles el material escolar que necesitaban para asistir al colegio. Cómo se siente su hija de 15 años, que trabaja en una granja en un pueblo cercano, al saber que sus hermanos menores ahora tienen la oportunidad que ella no tuvo. Cómo se siente la hija de 18 años que cursa 3º de ESO, a quien también le hemos dado una beca, y trabaja como servicio doméstico para una familia de una ciudad cercana.
Yo me siento inmensamente feliz de poder contarlo, de saber que hay miles de niños con historias similares cuyas vidas estamos intentando que sean algo menos dramáticas, ofertándoles la oportunidad de ir a un colegio, aprender a lavarse las manos, compartir vivencias con otros niños, tener más oportunidades de trabajo en un futuro. Poder hacer sonreír a una madre y a sus hijas cuando se vive en la más absoluta precariedad. A veces leo las noticias, veo el mundo a mi alrededor y me pregunto si todo este esfuerzo y derroche de energías y entusiasmo valen la pena. Y la respuesta es SÍ, vale mucho la pena, de hecho creo que creer en el amor, en aceptar nuestra interdependencia y cuidar del mundo en el que vivimos vale mucho la pena.
No veo nada más hermoso en el ser humano que su capacidad de amar, y creo que el único sentido que tiene la vida es darnos cuenta de que solo la libertad de nuestros apegos traerá auténtica felicidad y paz a este mundo. Solo sentir la vida en el árbol, en el mar, en el aire, en los animales, en los vecinos… solo un paso en ese sentido sacará lo mejor de todos. Solo cuando sintamos al árbol como un hermano habrá paz en nosotros. Mientras tanto, seguiremos luchando, matando y compitiendo por una felicidad que nunca llegará… pues la felicidad no está nunca fuera, sino en nuestra actitud hacia lo que acontece.
Cuando solo hay espacio, un inmenso espacio, un inmenso vacío… ahí no hay un “tú” y un “yo”, solo un espacio donde no hay preguntas, no hay ambición, no hay guerra, no hay luchas. Solo hay silencio, paz. Todo está bien. Llegar ahí es el camino que quiero andar, y por mucho que me depriman las noticias, seguiré en ese camino, luchando con mis demonios, mi ego. Cayendo, volviéndome a levantar y siempre con la ilusión de fundirme en el vacío, en el amor, en la libertad, en la belleza, en la vida, en la muerte. Todo es uno, todo es simple, pero me empeño en quererme aislar todavía. Todavía tengo miedos, todavía soy ambicioso, todavía me cuesta aceptar. Pero me alegra no tener miedo de compartir, de poder verme y observar la realidad. Mi realidad.
Ayudar no nos hace perfectos, entregarnos a los demás tampoco. Solo escucharnos con atención nos hace cada día más serenos, felices, creativos para resolver problemas. Y por eso comparto. Porque no puede haber nada más grande que nuestra felicidad y algo impulsó mi mano a escribir estas líneas.