Hay muchos alicientes en el día a día, sobre todo cuando vamos a las aldeas y somos testigos de la ingenuidad e inocencia de los niños con los que trabajamos. Cómo caminan, cómo corretean, cómo juegan. Cómo les vence la timidez a muchos al recoger sus libretas o al hablar en público en los distintos talleres que hacemos con ellos.
No están acostumbrados a que se les pregunte cómo se sienten, si han comido, si son felices o qué les entristece. En su mayoría, son felices si tienen algo que comer, pero a veces se distingue en sus ojos que el ambiente de casa no es bueno, que a veces hay malos tratos o que apenas reciben cariño, al estar sus padres demasiado ocupados con el trabajo diario de campesinos, que apenas deja un momento para el romanticismo.
He visto a niñas de apenas 8 años cocinando para sus hermanos, llevando las cabras a pastar o cargando con toda la leña que pueden desde el bosque hasta sus casas, para hacer el fuego de la comida. Y lo más increíble. Siempre hay una sonrisa, pues el simple hecho de ver una cara nueva para ellos es, inicialmente, intimidante o incluso aterrador, pero luego, cuando ven que estamos ahí para ayudarles, sonríen… y son sonrisas que llenan el alma y enriquecen el corazón. Eso hace que el día a día, lleno de retos varios y momentos desagradables, siempre tenga sentido. Preservar esas sonrisas, esa inocencia, esa pureza… e intentar que no se deteriore, esa es nuestra misión.
Un fuerte abrazo y lindo día a todos.