Namaste,
La rutina de las niñas en nuestra casa de acogida no deja mucho tiempo para el ocio. De domingo a viernes van al colegio, deben estudiar, hacer deberes, asistir a clases de apoyo. Aun así, el contribuir al trabajo diario en la casa, es una parte fundamental de nuestra filosofía. Aparte de lavar su propia ropa y fregar los platos y calderos, suelen pasar una hora por la tarde atendiendo diversas tareas por turnos: ayudar en cocina, regar, quitar malas hierbas, ordeñar la vaca, plantar nuevas semillas o dar clases de apoyo a las más pequeñas.
Su contribución les ayuda a responsabilizarse de sus vidas, de su casa, de su comida. Valoran más el esfuerzo que conlleva mantener una casa y todo ello les ayuda a madurar, a ser autónomas, a tener confianza en sí mismas. También les ayuda a relacionarse, a tener un sentimiento de familia unida. Además, el contacto con la naturaleza les acerca a la vida, a sus frutos. Valoran la comida, el agua, la tierra. No se desperdicia nada. Y todo lo hacen con agrado, disfrutando, incluso riendo y bromeando entre ellas, ya sea limpiando el establo o cociendo los “chapatis”. Así fomentamos la armonía, la paz y la solidaridad, de lo cual son un ejemplo. ¡Son felices!
Aparte de las rutinas, tienen una hora para jugar y media hora para compartir sus inquietudes y sentimientos del día a día. Momentos más íntimos donde desarrollan la creatividad y donde tienen la oportunidad de expresarse, escucharse y aprender a gestionar sus emociones.
Los viernes por la tarde y los sábados, hay más tiempo para juegos y para el ocio. Pero un ocio siempre en contacto con la naturaleza, con la vida real, con las personas, con las emociones. A veces preparar una comida especial. Otras bailar, cantar, hacer teatro, o jugar a infinidad de juegos autóctonos que solo requieren ganas de pasarlo bien y compartir.
Mientras tanto, siguen avanzando las obras de nuestra nueva oficina y centro de la mujer.
La vida puede ser muy simple, sencilla y feliz.
Un fuerte abrazo.