Conocí a Muna hace casi diez años, cuando llegó a nuestra casa de acogida en Saraswoti. Su padre había fallecido y su madre no podía hacerse cargo de ella y sus tres hermanas, con lo que recurrieron a la ayuda de un tío materno que se puso en contacto con nosotros a ver si podíamos acoger a alguna de las niñas. Al poco tiempo su madre se volvió a casar con otro hombre y no supieron de ella durante varios años, algo que su hermano aun no le reprocha, al tenerse que encargar él de la cuatro niñas. La mayor se fue al golfo pérsico en busca de trabajo tras pedir un préstamo a su tío. Muna llegó con diez años a nuestra casa, y con su tío quedaron las dos más pequeñas.

Los primeros días en la casa no fueron fáciles para Muna, tras abandonar a sus hermanas y llegar a un lugar con muchas normas y una organización a la que no estaba acostumbrada. Se sentía lejos de lo conocido, de sus seres queridos, pero como todas las niñas, poco a poco se fue adaptando a la nueva situación. Comenzó a ir al colegio local de primaria y pronto comenzó a destacar como una de las mejores en su clase. Ahora ya tiene 19 años, y cuando mira atrás confiesa que “vivir aquí me ha enseñado buenos hábitos, a mejorar mi carácter, a sentirme más cerca de los demás y de la vida, a tener una actitud más positiva haca mi misma. Me siento muy afortunada”. Su hermana Sriyana, la más pequeña, llego a nuestra casa hace ya tres años, pues su tío no podía costearle los estudios. Tenerla cerca fue un gran alivio, pues sabía que no podría estar en un mejor lugar para aprender sobre la vida y adquirir buenos hábitos.

Hace ya seis meses que Muna vive en una casa anexa que terminamos de construir a finales de año para albergar a niñas mayores sin recursos. Con ella y con Sita estuve varios días preparando las normas de esa nueva casa, dejando que fueran ellas quienes decidieran como querían vivir, organizarse. No variaron mucho su forma de vivir, pues se sentían a gusto con la organización y trato de nuestra casa de acogida. Solo algunos horarios distintos y algo de flexibilidad con la utilización del teléfono. Ahora estudia su último año de bachillerato, en la rama de gestión empresarial. También colabora dando clases de apoyo a las niñas de la casa de acogida y ayudando en el huerto. En sus ratos libres escribe poemas, anota entradas en su diario y baila, algo que se le da muy bien.

Un privilegio verlas crecer, madurar, sintonizar con la vida, asumir responsabilidades, tomar decisiones. Pasar de niña a mujer.

Un fuerte abrazo y gracias por hacerlo posible, a todos los colaboradores, personal local y, en especial, a las cuidadoras de la casa que con tanto amor y dedicación tratan de brindar el cariño que les falta a las niñas al llegar, ser tanto madres como padres (aunque ese último rol sea más fácil para mí como varón y por considerarlas como hijas)

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