Con la llegada del monzón toca plantar el arroz, así que las niñas y cuidadoras de nuestra casa de acogida se han puesto manos a la obra para anegar el terreno que tenemos y comenzar a plantar. Da gusto verlas asumir responsabilidades con tanta madurez y siempre en armonía, conocedoras de que plantan lo que comerán desde octubre.

Cuando vives de la tierra y del ganado se desarrolla una conexión especial con la naturaleza, con la vida. Se aprecia el agua que cae del cielo, el esfuerzo realizado en cada jornada, la ayuda de algún vecino. Es más fácil darse cuenta de que no somos seres aislados cada uno en su burbuja, sino que somos energía que fluye por el universo, en distintas formas y colores, pero energía. Cuando somos capaces de sentir esa energía en nosotros, la vida dentro de nosotros, entonces surge una paz inmensa. Surge un sentimiento de pertenencia, de pertenencia a la Vida que está más allá de nuestra situación personal, familiar, económica o de salud. La situación personal es siempre transitoria, así como lo es nuestro cuerpo. Pero la energía fluye constantemente, estaba ahí antes y estará después de nosotros. Conectar con ella es clave para vencer los temores, para derribar los muros que hemos erigido entre unos y otros, para ser compasivos, para que haya amor y comprensión entre nosotros.

Ver estas fotos me acerca a la Vida, y espero pronto poder volver a Nepal y tenerlas un poco más cerca, empaparme de ese regocijo, de tanta ingenuidad, del Ahora…y sonreír. Mientras tanto, a conectar con la energía y con la Vida donde quiera que esté.

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