Namaste,

El jueves pasado, día festivo aquí en Nepal,  estuvimos recolectando el millo que habíamos plantado hace ya cuatro meses. Justo cuando comenzaba a surgir la claridad del día, a las cinco de la maña,  ya estábamos caminando por el sendero que atraviesa el pueblo donde está nuestra casa de acogida, en dirección a nuestro terreno.

Desde que comencé a albergar el sueño de construir una casa de acogida siempre tuve claro que quería que las niñas tuviesen la oportunidad de crecer cerca de la Vida, esa vida simple que a mí me cautivó desde que llegué a Nepal y que tuvo mucho que ver en mis decisiones de querer vivir en Nepal dedicando mi servicio a quienes más lo necesitan.  Así que, desde que pudimos, se compró un terreno donde plantamos millo, arroz, lentejas y algunas verduras. Cuando llega el tiempo de sembrar o recolectar, tanto el personal local como las niñas colaboran en todo, lo cual refuerza el sentimiento de familia con el que vivimos el día a día.

Las niñas también aprenden a valorar la tierra, el agua y el esfuerzo que conlleva tener un plato de comida en la mesa. También les ilusiona el poder comer lo que plantamos, beber  la leche de las vacas que cuidamos y colaborar en las distintas tareas de la casa, sintiéndose que es “su casa”. Este modelo de vida, cercano a la naturaleza, también genera una enorme fraternidad y respeto hacia el medio ambiente, hacia la vida, hacia nosotros mismos.

Durante mis primeros años en Nepal tuve la fortuna de darme cuenta de que aparte de comida, agua y aire… lo más importante para ser feliz era estar sereno. Que todo lo que hacemos y decisiones que tomamos deben ir encaminadas a estar en paz, viviendo el presente, el ahora. Es fácil complicarnos la vida cuando las expectativas son muy altas, cuando no aceptamos que no se trata de poder comprar muchas cosas y tener las mejores prestaciones y servicios. Es fácil complicarnos la vida, y hablo por mi propia experiencia claro, cuando nuestra felicidad depende de  factores externos, de que otros actúen según mis deseos o criterios, sin asumir que quizás sea nuestra percepción de las cosas y de la gente lo que debe cambiar. Cuando elijo la paz dejo de enjuiciar a la Vida, a los seres  que me rodean, les deseo a todos paz y amor, lo mismo que quiero yo. 

 Somos puro amor en esencia, pero no nos lo creemos, nuestra mente está muy ocupada en destruir esta verdad, en seguir buscando culpables, aliados, momentos de placer que nunca me dejan del todo satisfecho. Pasa un año, pasa otro… pasa la vida, sin saber que todo lo que anhelamos es “estar en paz”, tranquilos… y que basta con dejar de enjuiciar, basta con dejar la mente en blanco para volver al hogar, el hogar de paz y amor que siempre ha estado ahí cuando desaparece el “Yo”.

Bueno, lo que da de sí un día de trabajo en el campo. Comparto, porque creo que estamos aquí para ser felices, para alcanzar la paz absoluta, y como se que no es fácil por experiencia, me concedo el derecho  de expresarme por si estas palabras pudieran ayudar, ya no solo en Nepal, sino a cualquiera que se vea reflejado.

Ahora, mientras escribo, las niñas desgranan el millo que luego llevaremos al molino para hacer la harina que tres días a la semana cocinaremos con agua para hacer “dhero” el sustento de la gente que vive en la montaña.

Un fuerte abrazo y mucha paz para tod@s,

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