Hace ya más de siete años que supimos de Nita y su familia. Vivían bajo un chamizo en la ladera de una montaña cercana al pueblo de Bikutar. Nita tenía entonces catorce años y hacía tres años que había dejado la escuela. La situación de su familia era de pura supervivencia, con el añadido de que su padre bebía y muchas veces gastaba en bebida el poco dinero que conseguía trabajando esporádicamente como jornalero. Intervinimos en su familia con ayuda de emergencia para poder cubrir el chamizo y tener comida y ropa para pasar el invierno hasta que pudiésemos construirles una casa. Nita allí corría peligro de ser víctima del tráfico infantil, así que la trajimos a nuestra casa de acogida.

No fue fácil para Nita dejar a su familia y sentirse cómoda en nuestra casa. Los primeros días apenas se relacionaba con las demás niñas, pues su vida había transcurrido lejos de otros niños y con muy pocas habilidades sociales. Yo incluso temía que se escapase de la casa y estábamos siempre alerta. La matriculamos en el colegio de primaria y le pusimos clases de apoyo para poder recuperar los años perdidos. Así y todo, no le era fácil verse en clase con niños y niñas muchos más pequeños que ella, pero poco a poco llegó su primera sonrisa, lo cual fue un alivio para todos.

Hace unos meses, después de intentar llegar a obtener el 4º de ESO, Nita me dijo que no quería seguir estudiando, le costaba horrores y ya había alcanzado los veintiún años. Se sentía muy a gusto en nuestra casa, pero seguía muy preocupada por su familia, por su hermano pequeño, y quería volver a su casa. No había manera de convencerla de seguir estudiando, así que le sugerimos la opción de hacer algún curso de formación vocacional. Finalmente, hace dos semanas comenzó un curso de panadería y pastelería.

Ayer fui con Rajendra a hacerle una visita de seguimiento. Estaban aprendiendo a hacer muffins, y se la veía muy contenta y esperanzada de poder conseguir un trabajo en breve que le permita ayudar a su familia económicamente. Antes de irnos comenzaban a preparar la masa para hacer cruasanes al día siguiente y el chef insistió en invitarnos a un café de máquina.

Nos fuimos contentos de ver a Nita sonreír y esmerarse en el día a día. No ha sido fácil su trayectoria, pero seguiremos a su lado.

Gracias a todos los que hacen posible que podamos acoger a niñas como Nita y ofrecerles una familia, cariño, formación y seguimiento hasta que consiguen un trabajo y pueden valerse por sí mismas.

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