La vida es dura para mucha gente en el Nepal rural; apenas tienen que comer, pero  en su día a día intentan salir adelante como pueden, trabajando duro la tierra y criando algunas cabras. Sin embrago, hay casos donde la tragedia se ceba y surgen miradas de abatimiento e impotencia. Las primeras miradas que me impactaron fueron las que vi tras el terremoto del año 2015, mientras repartíamos ayuda de emergencia.

Hace apenas unos días volví a recordar esas miradas en una visita a Bikutar, una aldea donde llevamos ya seis años apoyando una escuela e intentando ayudar a las familias a generar recursos. Me habían hablado de Maya, una mujer cuyo marido murió hace año y medio y cuya casa había sido pasto de las llamas hace ocho meses. En ese breve espacio de tiempo desapareció su sonrisa, hasta que nos conocimos, hablamos con ella, y le prometimos construirle una casa nueva. 

Mientras Divendra y yo hablábamos con ella no pude apartar mis ojos de su cara, que a pesar de años de trabajo duro, sufrimiento y desesperación, aún me resultaba atractiva, especialmente sus ojos. Sentí que esos ojos hablaban de toda una vida, de mil emociones y, sobre todo, de impotencia. Tengo la fortuna de poder ayudar a mucha gente en Nepal, pero hay días en los que te alegras inmensamente de poder tener los recursos para aliviar la carga, cuando ya apenas queda un halo de esperanza.

Al día siguiente de verla compramos comida y ropa para poder aguantar cuatro meses, que es el tiempo que estipulamos en terminar su nueva casa de piedra, barro y un revestido de cemento, que calculamos nos costará unos 4.000 euros. Eso es lo que vale verla sonreír y poderle ofertar un nuevo comienzo junto a sus seis hijos.

Si alguien quiere colaborar puede hacerlo haciéndose socio o con donaciones puntuales: www.educanepal.org    /  C.C. ES03 2038 7292 19 6000226258

Gracias a todos los que son parte de esta familia y me permiten poder ayudar a quienes más lo necesitan. Un fuerte abrazo.