Namaste,

Seguimos en esta entrega acercándoles a las personas entrañables que me acompañan y hacen posible la labor de Educanepal sobre el terreno. Hoy se presenta en primera persona Samikchia, una de las cuidadoras en nuestra casa de acogida. Un abrazo, hoy emocionadísimo por la historia, y lindo día. José Díaz.

“Me llamo Samikchia B.K. Nací el 21 de septiembre de 1995 en una aldea remota del distrito de Makwanpur. Durante mi niñez no había electricidad, ni carretera de acceso ni centro de salud. Las mujeres solían dar a luz a sus bebés en casa, sin ayuda de personal sanitario. Cuando tenía 5 años recuerdo que mi madre tenía que asumir sola la labor de criarnos y alimentarnos a mí y a mis hermanos trabajando duro en los campos, de sol a sombra. Mi padre apenas se preocupaba de nosotros, ignoraba a mi madre y ésta compartía con nosotros, entre lágrimas, su frustración. Enfermó gravemente y temía morir y que sus hijos se viesen solos, sin nadie que cuidarles. Afortunadamente, mi tío y otros familiares la llevaron a la ciudad más cercana para tratarla y entonces mi padre se preocupó algo más por nosotros.

Por nuestra raza indígena somos Dalit, la casta más baja, los intocables, los impuros según la tradición, oprimidos por la sociedad a nivel religioso, social, cultural y económico. Recuerdo que las niñas no iban al colegio porque debían estar en casa ayudando en todas las labores de casa y campo a sus madres. Yo fui afortunada, la primera niña en mi familia que fue al colegio con 6 años. Pero la vida en el colegio no era nada fácil y a veces volvía a casa temprano por el acoso al que era sometida. Los niños de castas superiores me pegaban, se reían de mí y nunca salía al recreo por miedo. Tuve que dejar la escuela. Las castas superiores no podían comer nada que mi casta hubiera tocado, e incluso a veces no nos dejaban coger agua del manantial cercano. Tampoco venían a nuestras casas, y si alguien lo hacía era sometido a críticas severas. Yo no soportaba esta discriminación pero no podía mostrar rebeldía, por miedo a represalias 

Pasado un año, volví a la escuela porque también iban mi hermano pequeño y unos primos que estudiábamos en la misma clase y me sentía protegida. Solíamos ir a cortar hierba para el ganado de madrugada e ir al colegio de 10 a.m. a 3 p.m. En aquel entonces también había un conflicto civil entre el gobierno y las fuerzas revolucionarias maoístas. Muchos alumnos fueron forzados a ingresar en las milicias maoístas para luchar, pero mis hermanos se salvaron por ser muy pequeños aún. Sin embargo, vivíamos en miedo constante por la presencia de la guerrilla en nuestra aldea.

Estudié hasta la clase 10 (4º E.S.O.). Entonces tuve que asumir las labores de casa aunque deseaba poder formarme en algún oficio para tener un futuro mejor. Un día, un profesor del colegio me dijo que había una ONG, Educanepal, que formaba en costura a chicas que habían dejado la escuela. Debía ir a Hetauda, la capital del distrito, para solicitar la plaza y hacer una entrevista. Yo nunca había ido a la ciudad, pero una amiga también se interesó, pedí permiso a mis padres y fuimos a la oficina y refugio de Educanepal. En pocas semanas me comunicaron que había sido seleccionada y compartí mi alegría inmensa primero con mi hermano. Luego preparé mis escasas pertenencias en una bolsa de plástico y me despedí de mi familia para ir al refugio de Educanepal donde pasaría seis meses formándome. 

Llegué al refugio contenta y emocionada, pero con algo de aprehensión al ser todo un mundo nuevo para mí: la casa, las normas, la gente, la ciudad. Me impresionó muy gratamente conocer a José Díaz, el fundador de Educanepal. Nos habló con respeto, amor y sencillez a todas las chicas que comenzábamos el curso. Durante los seis meses de formación no solo aprendí el trabajo de costurera, sino también a organizar el trabajo de casa, a relacionarme, a hablar en público, a tomar decisiones, a gestionar mis emociones, en fin, a ser buena gente, sin complejos ni miedos.   

Pasadas unas semanas tras acabar el curso, José me propuso trabajar en la casa de acogida en Saraswoti. Para mí fue un honor empezar mi labor en un lugar tan entrañable, donde las niñas recogidas aprenden a vivir de la tierra, a respetar la vida, a amar y a compartir como hermanas. Desde entonces lo consideró como una Universidad donde aprender a vivir con sencillez y conectados a la naturaleza. Son ya 6 años que llevo trabajando como cuidadora. Al principio fui algo intimidada por mis propias inseguridades, nunca había vivido en un sitio así, y menos teniendo que asumir responsabilidades. Pero me sentí acogida, como en mi propia familia, desde que puse un pie allí y sentí el trato amoroso y amable de niñas y cuidadoras. Poco a poco me familiaricé con las rutinas, con las distintas tareas en cocina, el huerto, el establo y apoyando a las niñas con sus deberes. Es increíble como todo se comparte, todo se organiza entre todos, no hay grandes y pequeños y hasta las más enanas pueden sugerir y evaluar todos los aspectos de la casa.

La meditación es una actividad diaria que realizamos durante 15 minutos antes de la cena. Me ha ayudado a conocerme más y saber cómo gestionar mis emociones. Me encanta estar con las niñas y muchas veces tengo la oportunidad de volverme a sentir niña cuando juego con ellas. También disfruto de realizar talleres de crecimiento personal, teatro y otras actividades que he ido asumiendo. Cada día es distinto, surgen nuevas experiencias. También retos que comparto con las otras cuidadoras, afrontándolos en equipo, siempre teniendo como objetivo el estar serenos y en paz.

Para terminar me gustaría agradecer a José y Educanepal por el gran trabajo que hacen por los niños en Nepal, así como a mis compañeras de trabajo y todo el personal de CWN (contraparte de Educanepal) por su labor de apoyo diaria a la casa de acogida y la labor en las aldeas. Y como no, a todas las niñas que siento como hermanas o hijas, permitiéndome vivir en amor, sintiéndome parte de una hermosa familia.”

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