Van pasando los días, las semanas, los años. Parece que el tiempo vuela, a medida que nos hacemos un poquito mayor. Miro atrás y, a pesar de la situación sanitaria que nos ha forzado a reformular la estrategia de trabajo, me maravilla que cada día haya contenido un sinfín de aventuras, de encuentros, de lecciones que aprender.
De todo el aprendizaje, me quedo con lo distinto que es la vida cuando vivo el momento presente con atención. Entonces surge el sosiego, la calma, la empatía con uno mismo y con todos. Te sientes parte de algo muy grande, y no hay fronteras, muros o comparaciones. Nuestra esencia es la misma, yo soy tú y así surge un lindo sentimiento de amor.
Sin embargo, reconozco que en el día a día me es más fácil perderme en alcanzar metas, enjuiciar, temer o anhelar. Pocas veces vivo el momento presente, o muchas menos de las que quisiera, y así es más fácil sufrir, perdido en el pensamiento y las emociones. Así que me permito el lujo de escribir y compartir con ustedes porque se me va la vida, se nos va la vida, y creo vale la pena perseverar en el esfuerzo por estar atentos, muy atentos a este preciso instante. Al cuerpo al caminar, a las manos mientras las lavo, a la mente cuando parlotea, al pecho cuando lloro. Atentos para vivir la emoción en nuestras carnes, sentirla… y no dejar que la mente la analice, distorsione o exagere.
No contemplo mejor regalo hacia uno mismo. No conozco otro camino para que nuestros pasos sean ligeros y podamos sortear los obstáculos con facilidad. Vivir el “ahora”, con todos nuestros sentidos en alerta máxima. Sentir más, vivir más… y pensar lo justo y necesario.
Eso me suscita mirar estas fotos del día a día de este año, por lo que no puedo más que agradecer a todos los que forman parte de esta familia o nos acompañan con el corazón. Se puede ayudar, pero mejor hacerlo espontáneamente, desde el corazón. Una sonrisa de felicidad puede ser el mejor regalo para el vecino.
Un abrazo y lindo día