Ir de visita a las aldeas donde trabajamos implica largas horas de transporte público y caminatas. Cada visita implica tareas varias que van desde repartos de material escolar, a la realización de talleres de sensibilización, evaluaciones con padres, niños y profesorado, o visitas puntuales a familias que se encuentran en una situación de precariedad extrema o emergencia.

Sea cual sea el motivo de la visita, siempre andamos rodeados de gente, sobre todo niños. Siempre me han maravillado sus caras, las sonrisas, el desparpajo, la timidez, el asombro de ver a gente extranjera, la alegría al recibir un plato de comida o un sweater para pasar los inviernos. A veces también hay lágrimas, suciedad, heridas varias que no han sido tratadas, angustia, desesperación. Todo ello provoca emociones varias, no siempre fáciles de gestionar. Puedes pasar de un profundo gozo a una inmensa impotencia en cuestión de segundos.

Con el tiempo no te vuelves frío, pues ese contacto diario con la gente te mantiene siempre sensible, atento, ilusionado con la posibilidad de poder hacer algo. Aprendes a utilizar las energías para solucionar lo que está en nuestra mano solucionar, a aceptar que no siempre puedes resolver todas las situaciones y a motivarte con todo lo positivo de cada día. Y hay algo que para mí destaca sobre todo lo demás: la inocencia.

Es como un tesoro con el que naces, pero que quizás nuestra sociedad destruya con facilidad con las expectativas que ponemos en los niños, el nivel de protección y me atrevería a decir que incluso la palabra “inocente” la relacionamos a veces con debilidad, flaqueza o incluso estupidez. Se premia más ser muy espabilado, estar muy bien preparado, amueblado, ser listo o incluso cuco.

Para mí, como decía, es un tesoro. Fortalece la resiliencia, la humildad, la confianza en el bien y la sintonía con la vida, con el amor. La vida nos ofrece situaciones de decepción, de abandono, de pérdidas, de sufrimiento variopinto. Podemos refugiarnos en la crítica, en el rencor, en la incredulidad sobre el amor. Pero, ¿qué es el amor? ¿Alguien o una actitud hacia la vida? Entender nuestra no permanencia, entender los apegos, liberarnos de ellos. Entender el sufrimiento y aceptar que solo hay este momento, tal y como es. Vivir sin juicio, sin rechazar o desear.

Decirlo es muy fácil. Practicar, que es lo que verdaderamente importa, me cuesta un poquito más. Y al ver estas caras, al recordar esos momentos de tanta ingenuidad, de tanta nobleza… me anima a rescatar mi inocencia, esa parte de nosotros que nos conecta con la realidad… aire que entra y aire que sale. Todo está bien, simplemente debo aprender a sintonizar con la vida y apagar la cabeza.

Comparto por si esto resuena en ti y con la ilusión de que cada día haya más niños que no pierdan la inocencia, ese don mágico que nos ayuda a ser un poquito más felices, que no idiotas. ¿Demasiado romanticismo para los tiempos que corren?

Un fuerte abrazo y lindo día,

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