Hace algunos años que me volví mayor, pero aún recuerdo las sensaciones al irme a la cama el día 5 de enero de cada año; un vaivén de emociones e incertidumbre que apenas me dejaban conciliar el sueño.
Algunos años más tarde, cuando comencé a asumir responsabilidades en la vida y a tener que tomar decisiones sobre cómo quería vivir, me di cuenta de lo distinta que es la realidad del niño y la del adulto y, de alguna manera, me preguntaba si a los niños se les prepara para afrontar la realidades de la vida: la soledad, los miedos, la intemporalidad de todo, la muerte, las pérdidas, las relaciones, las decepciones, las alegrías pasajeras.
La realidad actual es que creo que poco ha cambiado, y seguimos volcando esfuerzos en demostrar la utilidad de los estudios y mostrando mucho cariño a base de regalos materiales. Nada que reprochar. Nadie nace con toda la sabiduría de cómo educarnos, y yo he aprendido con los años a juzgar lo menos posible. Además, tomando el ejemplo de mis padres, solo puedo decir que me dieron todo lo que estaba en su mano poder darme. Creo esa suele ser la norma.
Pero una parte de mí aún se va a la cama con cierta desazón, algo de tristeza, un poco melancólico. Ahora se me vienen a la cabeza las distintas emociones que he presenciado este año en los alumnos de los colegios que visito en España cuando estoy allí. Sus lágrimas, sus aspavientos, sus miradas, sus nervios, sus temblores, su alegría y sus ganas de ser abrazados y de poder abrazar.
Dudo que haya un regalo más generoso y útil que enseñar a amar: a aceptar la vida como viene, a no juzgar, a poder expresar sentimientos sin miedo, a abrazar conscientemente, a ser abrazado y disfrutar, a aceptar la muerte, a no temer la soledad, a conocerse, a sentirnos que todos somos uno y que nuestra esencia es la misma, aceptar que todo es transitorio y que solo lo más bonito que puede pasarnos es morir en paz, habiendo descubierto el amor.
Anoche, afortunadamente, decidí escribir esta carta y me fui a la cama contento, feliz, esperanzado. Ilusionado con poder poner mi granito de arena para que este mundo sea un poquito más amoroso, amable, respetuoso con la vida, y viendo la muerte como un proceso de lo más natural. Entusiasmado de poder seguir disfrutando de niños y adultos que se emocionan, se alegran, se frustran, se pierden… pero que llevan en sus corazones la esencia de la paz, del amor… y a quienes la vida les mostrará el camino para llegar a esas profundidades, quizás después de mucho sufrir, donde ya no hay miedo, no hay prisas, no hay anhelos… y todo está bien.
Con mucho cariño, desde esta parte de mundo, anhelando estar algo más cerca, pero contento de sentirme en calma, en paz y lleno de amor por la vida. Que sean muy felices; basta el aire, algo de comer y agua… el resto se aprende, si prestamos atención a cada segundo de nuestra vida y estamos dispuestos a rendirnos. Dile ¡basta! a la mente.
Un niño que se hizo mayor.