No es fácil sentir ese amor incondicional, esa paz imperturbable que surge cuando estamos anclados en el momento presente y somos uno con la vida. Cuando no somos ni padre ni madre, ni ingeniero ni estudiante, ni miedo ni rabia, ni éxtasis ni júbilo. Cuando simplemente somos: aire que entra y aire que sale. Sin objetivos, sin metas, sin sueños. Simplemente Ser.

Entonces se aquieta la mente, desparece ese Yo y sus voces, y nos inunda una inmensa paz. Desde ahí nos reconciliamos con la vida, nos entendemos, nos perdonamos y nos damos cuenta de que nadie actúa mal conscientemente; ni uno mismo. Lo que pasa en la vida es lo que necesitamos experimentar para llegar a conectar con nuestra esencia. A veces no nos damos cuenta, estamos demasiados identificados con el entorno: los hijos, la pareja, el trabajo, las emociones que todo suscita. Si algo se tuerce nos derrumbamos, pues hemos confundido nuestra identidad con lo que está fuera de nosotros. El mundo debe hacernos felices, satisfacer mis necesidades, mis carencias, mi desconexión de la vida. “No me siento completo” ¿te suena?

Quizás no sea la realidad de todos, pero es la que percibo en mayor o menor medida en mí y en el mundo que habito, salvo raras excepciones. Y por ello creo que merecía unas palabras escucharnos, atendernos, dejarlo todo unos segundos, vaciar la mente y simplemente sentirnos. Sentir el aire entrar y salir, sentir cada músculo, cada víscera en nuestro interior y ver qué pasa cuando nos permitimos esa quietud. Permitirnos no ser nada, solo aire que entra y aire que sale…y ver qué pasa, qué sucede cuando nos rendimos a nuestra realidad más íntima, cuando simplemente Somos. Ahí no hay mente, no hay voces, todo está bien, nos sentimos en casa y surge ese amor que todo lo impregna y de donde todo surge: esa paz, ese silencio.

No es lo mismo actuar desde mis necesidades y prejuicios, que desde esa paz. Reconozco que aun me queda por llegar a esa paz absoluta, pero de nada vale la ayuda o cualquier acción, si no nacen de ese amor incondicional. Veo las fotos que me llegan del Nepal de estas últimas semanas y, aunque me maravilla la labor y la gestión de nuestras casas de acogida y de reparto de ayuda de emergencia, no paso por alto que esta ayuda nunca debe caer en mecanismos autómatas, sino que debe surgir siempre de la espontaneidad del Amor: desde un profundo sentir por la Vida que somos todos.

Ahí estoy, aprendiendo a amar…y ahí les animo a caminar por la calle, a conducir, a fregar los platos, a relacionarnos. Desde esa paz inmensa que surge cuando aquietamos la mente. Nada más valioso que permitirnos Ser, para poder vivir en amor.

Un fuerte abrazo y mucha paz en ti (en uno de esos días que me atrevo a abrirme al mundo sin miedo).

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