Hace unos días que estuvieron por aquí, de visita, mi hermana Helia y Laura, una amiga. Siempre es muy grato poder compartir el día a día, los retos, las dificultades, la alegría, la ilusión… y tantas cosas, con gente que habla tu lengua, que sabe de dónde vienes, lo que has dejado atrás o lo que puedes echar de menos.

También es muy placentero sentarte en un banco de la casa de acogida y ver cómo disfrutan las visitas de lo cotidiano, de las niñas, su desparpajo, su inocencia, su alegría conmovedora. Estar aquí es como entrar en otro mundo, donde apenas hay prestaciones, se vive con lo justo, pero se respira una armonía y un gozo que emocionan a casi todos.

Tuvieron también la oportunidad de ir a una aldea en la zona de Raksirang donde poder ver cómo vive la gente más necesitada de este país y colaborar en la realización de un taller de higiene. También ayudaron a repartir ropa a varias familias, mientras descubrían en los ojos de la gente la humildad, el esfuerzo y la entereza para seguir adelante, incluso con una sonrisa. Toda una lección para animarnos a valorar cómo vivimos y para reflexionar sobre cómo podríamos sonreír así. Volver a ser inocentes, ingenuos. Volver a vivir el presente, la única realidad que hay. Volver a sentir una inmensa paz. Volver  a sentir que todo está bien.

Gracias por la visita, pues nos acerca, nos muestra cómo somos y nos anima a seguir andando en este escenario de la vida, donde anhelo encontrar esa inmensa paz antes de que baje el telón. En eso andamos.

Un fuerte abrazo a todos.

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